sábado, 26 de agosto de 2017

Uncle Sam y el espíritu de Norteamérica

Alex Ross puede contarse dentro de esos magníficos artistas cuya producción es bastante baja. Muy probablemente esto se deba a su estilo, muy realista y detallado, y a su forma de trabajo, en el que utiliza modelos humanos para capturar la esencia y dignidad de los personajes. Quizás por este mismo motivo muchos fans de los cómics lo amen o lo odien. Personalmente me gusta bastante su obra y por eso mismo he tratado de buscar todos sus trabajos.

Uncle Sam es uno de ellos, realizado en 1997 para el sello Vértigo de DC Comics junto al guionista Steve Darnall y, aunque pueda pecar de ignorante, creo que es uno de los trabajos más desconocidos del artista norteamericano. Sin embargo, la obra llamó mucho mi atención no sólo por el apartado gráfico, sino por la utilización de un personaje que ha estado presente en el mundo de los comics desde la edad de Oro, y que fuera creado por el gran Will Eisner: me refiero al que le da el nombre a esta serie y que es la personificación del espíritu norteamericano, el Tío Sam.





Origen Secreto

El pasado del Tío Sam es bastante interesante. Si bien no hay consenso sobre el origen de este personaje, apareció en la escena popular en aquellos momentos en que Norteamérica más necesitaba un símbolo de su identidad: la guerra de la independencia. Luego, se convirtió en una gran herramienta propagandística, y pasó a representar el destino manifiesto de aquella nación que se había formado en un crisol de nacionalidades. En los comics, no obstante, su origen es menos obscuro: creado por Will Eisner, uno de los padres del cómic book, el Tío Sam aparece por primera vez en National Comics 1, en Junio de 1940, época en la que la Edad de Oro de los comics se encuentra en pleno desarrollo. Diferentes compañías se encuentran experimentando con personajes y formatos, intentando dar con la clave del éxito y el gusto popular. Así, en los comics comparten escena personajes de corte super-heroíco con vigilantes enmascarados, detectives duros, pandillas de niños, héroes espaciales y aventureros de todo tipo. Y con la guerra en Europa desarrollándose, surgen los personajes patrióticos, como The Shield, el Capitán América y por supuesto, la encarnación del espíritu de América, el Tío Sam.



Como era usual para la época, Tío Sam se enfrentó a enemigos de la libertad y de la democracia. En su primer número, por ejemplo, se enfrenta a un grupo de agitadores que intentan instaurar el fascismo en el país del baseball y la tarta de manzana. Sus aventuras duraron hasta 1944, llegando incluso a conseguir un magazine propio. Sin embargo, como ocurre con muchos otros personajes y compañías del periodo, con el fin de la guerra llega el fin de la edad de oro del comic book y muchos de éstos desaparecen. 

En esta página se aprecia el estilo que Eisner utilizaría en su obra más célebre, The Spirit


En los años 50', DC Comics, una de las compañías que había sobrevivido a los cambios de la industria, adquiere una serie de personajes de los años 40' de la compañía Qualitiy Comics; entre ellos Plastic Man, La Dama Fantasma, La Bomba Humana, El Rayo, El Cóndor Negro, El Muñeco y el Tío Sam. Así, aprovechando el concepto de las tierras múltiples, con el que DC había recuperado en los 60's a personajes de la edad de Oro como los Siete Soldados de la Victoria y, más icónicamente, a la Sociedad de la Justicia, uniéndolos con la Liga de la Justicia de América, en JLA n° 21, de 1963; la compañía que aloja a Superman y Batman recupera a los personajes de Quality, ahora como los Luchadores de la Libertad (Freedom Fighters) en las páginas de JLA 107, de 1973, en la saga Crisis en Tierra X. 



En dicha historia, la liga llega a la tierra de los luchadores de la libertad, cuyo líder es el tío Sam, y en el que Estados Unidos perdió la segunda guerra mundial. El grupo de héroes que anteriormente perteneciera a Quality aparecen como un grupo destinado a luchar una guerra que no podrán ganar, mientras que el Tío Sam sigue siendo el faro de la esperanza que los impulsa a continuar su lucha contra la tiranía. Luego de recibir una colección propia de 15 números y otras varias apariciones esporádicas, el Tío Sam volvería a aparecer en los años 80's en las páginas del All-Star Squadron, título que recogía las aventuras de los héroes de DC comics durante la segunda guerra mundial y en las que se mostraba que él y su equipo continuaban la lucha por liberar su planeta de la tiranía nazi.  




¿Ha muerto el sueño?

La miniserie de Darnall y Ross llega luego de todas estas apariciones, en un período en el que los gustos y sensibilidades de quienes consumen comics han cambiado bastante. Quizás por esto el Tío Sam que se nos presenta es distinto al que recordamos: un anciano vagabundo, vestido con harapos, que no recuerda quien es o como ha llegado donde está y que balbucea frases y dichos que aparentemente no tienen sentido. De acuerdo a los autores, este personaje podría o no podría ser el mismo Tío Sam de los comics que veníamos viendo aparecer esporádicamente a través de los años. 

  
La historia nos presenta a Sam, un anciano que a minutos parece vagabundo, mendigo o loco, y que recorre la ciudad tratando de aclarar su mente. Sam busca algo pero no sabe qué. Su cabeza se ve inundada por frases y recuerdos de la historia Norteamericana pero no entiende por qué. Confuso, comienza un viaje para descubrirlo, sin saber que al hacerlo irá develando parte los mitos de la construcción de una nación y peso de sus actos al buscar la libertad. Uncle Sam es un comic distinto, pues en él no hay más acción ni suspenso que la de la historia misma; no hay más asesinatos, dolor y muerte que los que llevó a cabo un conjunto de individuos que buscaba convertirse en nación, que buscaba su destino manifiesto.

Sam, sin entender por qué, va recorriendo los aspectos más obscuros de la historia norteamericana, aquello que a ratos han olvido quienes dan discursos sobre el sueño americano, la libertad y el derecho a la democracia. En este sentido la historia puede parecer un relato de protesta, en el que se muestran todas las atrocidades cometidas por una nación que, con el tiempo, fue la primera en enarbolar la bandera de la libertad y del auxilio mutuo cuando aquella se viera amenazada. Sam nos va mostrando que el edificio de los sueños y las oportunidades se construyó, como en muchísimos otros casos, sobre cimientos de cadáveres y sangre.


Si el relato terminara acá quizás seguiría siendo interesante, especialmente para aquellos lectores que no conocemos a cabalidad la historia norteamericana. Sin embargo, no sería una historia que reflejara las luces y sombras de los procesos de construcción de una cultura y de una identidad. Ciertamente, el Sam de esta historia es un hombre atormentado por eso: conoce las atrocidades que se han cometido en nombre de grandes ideas y buenos deseos y se siente totalmente humillado y destruído por aquello. Su principal verguenza es que todos a su alrededor parecen haber olvidado el precio que ha pagado la nación por llega a donde está, especialmente ahora. A medida que recuerda, Sam va entiendo que incluso los mejores ideales y anhelos pueden pervertirse y que esa es quizás la mayor tragedia humana: volver a revivir una y otra vez los excesos cometidos por una buena causa.

¿O se ha convertido el sueño en pesadilla?

Pero Sam es sólo un hombre, o al menos eso cree él, y es sólo con la ayuda del gran imaginario colectivo simbólico de la humanidad que logra comenzar a salir a delante e identificar una misión. 




En este caso, su misión no se basa en la nostalgia o en la intención de recuperar antiguas glorias para traerlas al presente. Sam entiende que, hasta cierto punto, el patriotismo puede parecer un anacronismo que sólo aparece en los tiempos de gran agitación social y frente a un enemigo. La idea de Sam es tomar los horrores del pasado, el dolor, el miedo, la paranoia y aceptarlos como parte de la experiencia humana, incorporarlos y dirigirlos a construir un futuro mejor, futuro en el que pueden convivir ciertas ideas que nunca pasan de moda, como el amor, la justicia o la igualdad.



Sam se enfrenta, por lo tanto, a una visión construida de si mismo, que puede o no reflejar las nuevas sensibilidades de la cultura norteamericana, acostumbrada a la libertad que otorgan los grandes espectáculos, el show business, la comida chatarra, la violencia, las armas y la corrupción como forma de salir adelante. La personificación de estos nuevos ideales se enfrenta a Sam sobre los cielos de Norteamérica para decidir cual de ellos tendrá continuidad en las mentes y corazones de los habitantes del aquel país. La esencia de ese momento es que, a fin de cuentas, Sam se está enfrentando a sí mismo. 

Sam logra derrotar a su oponente, o derrotarse, al darse cuenta que son parte de una misma construcción, que la identidad es algo que se construye constantemente y que al ver lo peor de uno mismo la salida no es ocultarlo si no enfrentarlo. La impresión que le queda al lector es que los autores no intentaron crear una moraleja de esta historia o avergonzar a sus conciudadanos; más bien tratan de enfrentar al lector, especialmente al de norteamerica, a una realidad que no pueden evadir y que ya no es histórica, sino actual. Otro elemento interesante es que durante toda la historia se da a entender que Sam bien podría ser sólo un vagabundo loco, un anciano demente que delira con la historia de su país, con una familia que lo busca por las calles, los hospitales y las estaciones de policía. Y esto al final es como la misma historia: en cada uno se encuentra la posibilidad de creer.